jueves, 27 de diciembre de 2012

DOS HOMBRES, DOS HISTORIAS, UN MITO...MAURICE HERZOG VS LOUIS LACHENAL

Hace pocos días ha fallecido Maurice Herzog. El conquistador del primer ochomil; el mismo que perdió todos los dedos de las manos y de sus pies a cambio de la gloria eterna DEP para siempre a los 94 años de edad. Hace tres meses leí " Annapurna: Primer Ochomil", libro clásico de literatura alpina, quizá de lo más leídos en su temática y que relata Maurice Herzog dos años después de la magna hazaña. Al leerlo uno se siente un tanto sorprendido por la camaradería y el espíritu de equipo que tenían los franceses. El equipo estaba formado por Lionel Terray, Gaston Rebufatt, Louis Lachenal y Maurice, entre otros. El libro desprende esa atmósfera que al parecer ya no existe, de como digo, espíritu de equipo y sacrificio individual en favor del éxito del grupo. El poso que me quedó el libro fue más bien que Maurice era un tipo que se las ingenió para estar siempre en el sitio adecuado para llegar el primero, y que los demás, sobre todo Lionel y Louis, eran tipos más capacitados, pero que en el caso de Lionel, no supo calibrar bien sus pasos para estar en el último relevo, y poder ser así el primero. Eso es más o menos lo que me contó el protagonista, que no es otro que el propio difunto al que rendimos homenaje con estas líneas. Pero eso sí, el libro, a mí parecer intenta desprender un tufillo nacionalista ( Francia se encuentra en plena posguerra), y mitificar la imagen de una nueva Francia que empujada por sus jóvenes hacia el éxito, podía rehacer una nación un tanto desecha por aquellos momentos). Lo cierto es que la Historia ha querido que los acontecimientos nos lleguen hoy día, como la victoria del equipo, como el logro que unos jóvenes franceses decididos consiguieron apoyandose mutuamente. He querido recoger dos arículos de la red que desgranan bien a estos excepcionales seres humanos...que cada uno saque sus propias conclusiones. La primera la he sacado del blogLOST42y195, fue escrita hace 7 años y la segunda hace pocos días de moxigeno.com ; espero que disfrutéis, pero hay que tener un ratito.

ANNAPURNA. Louis Lachenal o la desmaterialización de la escalada

Desde el origen del tiempo hasta el 3 de junio de 1950 ninguna de las cumbres de los catorce ochomiles del planeta ha sido pisada jamás por un ser humano. Dos alpinistas van a lograrlo en aquellas horas. Son dos hombres muy distintos. Uno de ellos demuestra escaso interés en ser reconocido como héroe con esa peligrosa gesta, y su compañero de cordada, por el contrario, encuentra el sentido de la vida estando decidido a morir en la montaña con tal de alcanzar la cima. El primero es Louis Lachenal; el segundo Maurice Herzog, y la montaña, el Annapurna.

A falta de unas horas de ascensión Lachenal es consciente del peligro innegable de sufrir congelaciones y pregunta a Herzog qué hará si él toma el camino de descenso. En momentos así la Historia se presenta ante bifurcaciones clave: tras la alternativa elegida nada volverá a ser igual porque se cruza un instante en el que ya no es posible dar el paso atrás. Herzog, que ha perdido el sentido de la realidad, a causa de los efectos de la altitud y de las drogas que han tomado, asciende con una idea fija en la mente: vencer al Annapurna. Y le contesta: “Proseguiré solo”.

Según la física cuántica, con cada elección que tomamos abrimos en paralelo un nuevo futuro en una nueva dimensión y, así, cada uno de nosotros va multiplicándose en insólitas vidas simultáneas de las que no tenemos conciencia. También existe, por tanto, una dimensión con un pasado y sus consecuentes presente y futuro donde Lachenal hizo esa pregunta y Herzog descendió con él. En esa dimensión el Annapurna no es el primer ochomil conquistado; Herzog no vendió aquella ascensión como una cuestión patriótica y Lachenal, perteneciente a la Escuela de Guías de Chamonix, no escribió nunca que, solidario y honesto con Herzog, sólo continuó porque se trataba de un “affaire de cordée”; Lachenal tampoco fotografió en la cumbre a un Herzog alucinado y eufórico con el piolet boca abajo, la banderita francesa y los brazos en alto; Herzog no hizo una fotografía desenfocada a Lachenal inservible para la reproducción en prensa y cines que le dio toda la gloria popular en los medios sólo a él; ambos no perdieron dedos de pies o manos por las congelaciones durante un descenso caótico junto a Terray y Rébuffat, ni cayeron en grietas, ni les sepultaron aludes, ni sufrieron oftalmia de las nieves; aquella expedición no huyó por las montañas del Himalaya en pleno monzón durante un calamitoso mes con Lachenal y Herzog inválidos y atiborrados de morfina para soportar los dolores de las congelaciones y amputaciones sobre la marcha; Herzog no fue nunca ministro de Juventud y Deportes de Francia, ni diputado, ni alcalde de Chamonix, ni miembro del COI; ni tampoco Lachenal murió esquiando al caer en una grieta en el Valle Blanche, un camino que había recorrido en centenares de ocasiones, porque no necesitó recuperarse de dieciséis intervenciones quirúrgicas en los pies durante cinco años.

Hasta ese preciso instante del 3 de junio en que Lachenal decide que se trata de un asunto de cordada y no abandona a una inevitable muerte a Herzog en las laderas del Annapurna, han tenido que encadenarse millones de sucesos previos en la vida de Lachenal para llevarle hasta allí.

La infancia y juventud de Lachenal, nacido en Annency el 17 de julio de 1921, están marcadas por el desorden, la desatención de sus padres, absorbidos por el negocio familiar, y la efervescencia de su carácter. El torrente de energía que desborda el joven Lachenal no encuentra más que diques: es expulsado de la escuela, idea estrategias para colarse trepando a los cines, desaparece en las calles durante todo el día, desespera a sus padres o se afana en fabricar una barca sin planos con el dinero ganado trabajando a destajo como monaguillo. En cada proyecto que emprende inyecta un empeño casi irracional hasta conseguir su objetivo. A los catorce años los padres toman la decisión de enviar al indomable Louis a un campamento de scouts; esa decisión cambiará la vida del joven Biscante, como le apodan allí y para siempre, al apoderarse de su voluntad un nuevo objetivo: escalar todas las rocas en las cercanías de Annency. Tiene catorce años, es rápido, ágil, audaz, elástico y necesita el riesgo. Lachenal sueña con hacer la primera escalada en hielo, subir la pared del Grépon y bautizarse como alpinista.

Hace años que ha conocido a una chica de familia burguesa y puritana, la inteligente e infatigable Adèle Riviere; y con idéntica determinación ha decidido que será su mujer. El padre de Adèle, ingeniero en Annency, descubre las intenciones del joven conquistador y exige genuinas garantías para su hija. Lachenal no las tiene, ni las tendrá en mucho tiempo, pero miente afirmando que será veterinario aunque jamás hace nada por intentar serlo. Adèle acaba interna en la escuela y con la prohibición de encontrarse ambos fuera de la casa paterna. La vida se acelera para la pareja: en poco tiempo Lachenal asciende el Grépon, aprueban los exámenes de Bachillerato, muere el padre de Adèle y la madre les prohíbe todo contacto: su hija no se casará con el hijo del tendero. La euforia de la escalada se hiela, Lachenal deprimido se encuentra sin proyecto personal ni profesional, ya que por desinterés suyo y desidia de su padre no es admitido en el instituto para continuar los estudios. Los sueños no se cumplen -es el paso traumático de joven a adulto- y durante meses vive ofuscado y desorientado.

Lachenal es un joven alto, fibroso, de rostro con marcados rasgos, nariz recta y crecientes entradas; su carácter va de cresta en valle, es cáustico, mordaz, impaciente, febril, pendenciero, excesivo en los juicios, depresivo, vulnerable y ansioso. Dos únicas ideas dominan su voluntad y aportan sentido a la inercia con la que se deja vivir: Adèle y la conquista de nuevas montañas. Una vez tomada una determinación, patrón que repetirá a lo largo de toda su vida, se vuelca en ella de forma titánica, honesta, inmoderada y audaz.

En 1941, cuando los nazis han alcanzado el cénit de sus éxitos con el desembarco en Creta y Hitler puede dar la orden a su plan, deseado y postergado, de invadir Rusia, los jóvenes franceses son enviados por el régimen colaboracionista de Vichy a campamentos juveniles paramilitares. Tras remover todos los contactos posibles, Lachenal consigue que le destinen al agrupamiento Jeunesse et Montagne en los Alpes, donde pronto obtiene un diploma militar de monitor de esquí. Insatisfecho, al año siguiente realiza un curso de jefe de cordada donde es el número uno de la promoción. Lo primero que hace es llamar a un amigo para que informe a Adéle. En la calle, tras las felicitaciones, le presentan a un reconocido alpinista del momento: Lionel Terray. Y poco tiempo después conoce de manera casual en una estación de ferrocarril a un amigo de éste, Gastón Rébuffat. El azar ha hecho la triangulación perfecta. Ellos, junto a Marcel Schatz, Jean Couzy (dos sextos gradistas alpinos) y Maurice Herzog formaran al cabo de ocho años las cordadas del Annapurna.

Preocupado por el reconocimiento civil de sus títulos militares, bulle en su mente la idea de ingresar en la aristocrática Escuela de Guías de Chamonix, pero él es un extranjero; Lachenal se mortifica, le corroe ese clasismo que le recuerda a la marginación pudiente de la familia de Adéle, quien firme en su determinación de casarse con él le reclama a Annency para que hable con su madre. Frente a una suegra reticente y resignada se habla de nuevo de dinero. Meses después acaba la movilización militar y Lachenal, nostálgico sale de Jeunesse et Montagne. El mismo día de su despedida le contratan de monitor de esquí en Contamines y una semana después de recibir su primer sueldo se casa con Adéle. Tiene esposa, profesión y veintiún años. El sueño se nubla pronto, a los pocos meses recibe la llamada para un eufemístico Servicio de Trabajo Obligatorio, que en realidad es una deportación para trabajos forzosos en Alemania. Lachenal y Adéle intentan huir a Suiza pero son detenidos, recluidos y, gracias a los contactos de la familia del padre de Adéle y muchas gestiones, liberados. Por fin, pueden instalarse en Lausana en la gran mansión Riviere.

Con demasiado tiempo libre Lachenal encuentra en el dibujo -al que se dedica con ímpetu- de los retratos de los grandes guías de la mitología alpina una forma de calcinar sus siempre excedentes energías. Aquellos que ven sus dibujos le reconocen un gran talento, pero cuando puede escapa a la montaña a recuperar las sensaciones de la nieve y la roca. A principios de 1944 nace su primer hijo, Jean-Claude, pero pronto ni el papel de padre, ni el dibujo, ni las comodidades pueden compensar su ociosa inquietud. A causa de su fatuo orgullo y para no permanecer bajo la protección de la familia de Adéle, Lachenal se ofrece como voluntario a las autoridades locales, lo que le cuesta acabar recluido en un campo de trabajo en el cantón de Valais durante la primavera de 1944. Francia es liberada en verano tras el desembarco de Normandía pero él, tras las alambradas, no sale libre hasta noviembre.

En 1945 el matrimonio regresa a Annency y a las penurias. Lachenal se sumerge de nuevo en la soledad taciturna. La difícil situación económica -no hay trabajo porque no hay turismo tras la Guerra-, las pequeñas habitaciones donde se ven obligados a vivir y los escasos alimentos les acosan. La suerte, en la que tanto confía Lachenal, hace que consiga un trabajo de monitor de esquí tras encontrarse por suerte con un antiguo compañero de Jeunesse et Montagne. Es el tiempo de sus primeras escaladas notables. Terray y Rébuffat son la cordada del momento e instructores en la Escuela Militar de Alta Montaña. Un nuevo encuentro casual con Terray hace que comiencen a escalar juntos. Ambos son audaces, ágiles, seguros y sobre todo rápidos, se ganan la fama de cordada acrobática. La potencia y agilidad de Lachenal descubre a Terray que se trata de un portento de la escalada. Son veloces porque es su manera de escalar, no porque quieran batir un récord; sólo los pulverizan. La ascensión de la pared Norte de las Jorasses les consagra.

Las dificultades económicas no se superan y obligan a los Lachenal a vivir en pequeñas e incómodas habitaciones y a frecuentes cambios de residencia. La familia vuelve a crecer y el hijo pequeño cae por dos veces enfermo de neumonía. Adèle, que nunca ha lamentado haber dejado atrás las comodidades burguesas, se desespera. Lachenal toma la decisión de construir una casa. Va a dedicar todo su tiempo libre de monitor de esquí a pensar y trabajar en su casa. Adéle le agradece el gesto pero sabe que no es posible. Lachenal ahorra y compra materiales con mucha antelación, acumula varias toneladas de cemento conseguido a buen precio durante dos años. Seguro de sí sostiene que no necesita plano alguno; y todo el mundo da por seguro que la casa se derrumbará. Cada etapa de construcción exige nuevos conocimientos, con la intensidad y determinación que aplica a todo lo que se propone Lachenal pregunta y aprende a ser albañil, carpintero, pintor, fontanero, electricista. Tampoco abandona la montaña, en su mente tiene un nuevo objetivo: la Norte del Eiger, la pared más grandiosa, que asciende con Terray en invierno sin renunciar a su estilo, lo que les acaba costando que les acusen de alpinistas de cronómetro. La segunda ascensión invernal absoluta de la Eigerwand les proporciona la atención inesperada de una prensa necesitada de héroes; pero para Lachenal “la gloria es un asunto privado” y no pierde el contacto con la realidad. Aún no puede ni sospechar cómo esa idea va a marcar su vida.

Lachenal comienza a labrarse, no de forma inmerecida, la reputación de neurótico. Escala, por las aristas del riesgo y la muerte, gritando, maldiciendo, insultando a la montaña. En palabras de Terray Lachenal asciende “en trance, como un demonio, como un poseído”. Ambos se convierten en la cordada más influyente de los Alpes sin hacer una sola primera ascensión. Lachenal remata la temporada rizando la dificultad, la considerada como la ascensión imposible en hielo, la cara Norte del Triolet, con André Contamine al que, como hace cada vez que se fija un nuevo objetivo y necesita un compañero de cordada, hostiga, intimida, grita, ruega, encandila, amenaza o seduce hasta convencerle.

En 1948 Lachenal está en estado de gracia: Terray y Rébuffat, otros dos extranjeros en Chamonix, le apadrinan en el ingreso en la Compañía de Guías de Chamonix. Otro sueño imposible se acaba de materializar. Lachenal es el profeta de la velocidad, bate todos los horarios por el ansia de ir rápido, sin más. Sostiene que la rapidez reduce los riesgos y el peligro se evita no perdiendo tiempo. Se aplica, arrebatado, en ir pulverizando un itinerario tras otro y contiene su impaciencia, a duras penas, cuando Terray necesita detenerse a comer. Su hijo mayor parece haber heredado toda la impetuosidad de su padre hasta el punto de que acaban paseando con él atado a una cuerda.

Los peores augurios no se cumplen y de la casa ya se ven los muros. Lachenal construye casi siempre en solitario y cada vez que necesita saber algo observa con atención a cada artesano. La velocidad no disminuye el orden o la meticulosidad en el horario Lachenal. Casi nadie da crédito a la nueva hazaña cuando ven el hogar de los Lachenal firme y terminado cerca de Praz.

En los primeros seis meses de 1950 veintidós expediciones intentan alcanzar la cumbre de alguno de los catorce ochomiles. Todas fracasan. Francia tiene un permiso de escalada y no puede dejarlo pasar. La expedición francesa es reducida (seis alpinistas más el cirujano Jacques Oudot y el cineasta Marcel Ichac), precipitada (apenas tienen dos meses para prepararla) y, si se trata de la primera expedición ligera en el Himalaya, se debe más a las carencias que a una estrategia; no disponen de cartografía, no tienen -salvo Ichac- experiencia en el Himalaya y, por desconocer, ni saben qué montaña van a subir, si el Dhaulagiri o el Annapurna.

Desde París vuelan vía Roma, El Cairo, Bahrein y Karachi hasta Delhi y desde allí continúan en tren y marcha hasta Nepal. El 6 de abril de 1950 contemplan por primera vez en sus vidas las montañas del Himalaya. Después de comprobar la inutilidad de los escasos mapas que llevan y realizar una decena de expediciones de reconocimiento Terray resume su estado de ánimo ante el resto de la expedición, tras inspeccionar la cara norte del Dhaula: “Siempre os lo podéis meter por el culo”. Han pasado cinco semanas desde la salida de Francia el 30 de marzo, y aún tienen que decidir qué montaña escalar. Tardan una semana más, hasta el 14 de mayo, en dirigirse al Annapurna. No imaginan lo que les espera.

Lachenal, fiel a su carácter, se desespera por la lentitud y el ingente tiempo que necesitan para todo. Tiene tiempo, excesivo e interminable, y se dedica a escribir en su diario comentarios etnográficos: “Las mujeres parecen tener poco pecho, e incluso algunas si no me equivoco, no tienen nada de pecho” o fisiológicos: “Aún tengo un poco de diarrea. Esta mañana me he manchado los pantalones (poco agradable)”. Contiene su desesperación: “No traen muchas novedades, excepto que el mapa es falso, indiscutiblemente”. O descubre la pared sur del Dhaulagiri: “Una vista espantosa… la moral está muy baja”. Sufre del mal de altura: “Jamás he hecho un descenso tan lento. Horribles golpes resuenan en mi cabeza”. Y sus percepciones se redimensionan: “Hemos asistido a la caída de un enorme serac… ¡de las dimensiones de la Aguille de Roc!”. Hasta el 22 de mayo, casi dos meses después de salir de Francia, no puede escribir “Estamos realmente contentos. Es el primer día de placer en el Himalaya”.

Que Lachenal y Herzog estén en el campo más elevado el 2 de junio de 1950 es más resultado del azar que de un plan de ascensión premeditado y calculado. Un campo más abajo están Terray y Rébuffat agotados pero dispuestos a un segundo intento de asalto. Todas las decisiones que ha ido tomando a lo largo de su vida han llevado a Lachenal a esa tienda de campaña, a unas horas de la cumbre del Annapurna. Herzog escribe en su libro (dictado convaleciente en el American Hospital de Neuilly durante 1951) Annapurna. Premier 8000: “Bruscamente Lachenal me interpela: “Si doy media vuelta ¿qué harás tú? En un instante, un mundo de imágenes desfila por mi cabeza… ¿Vamos a renunciar? No es posible… Mi voz resuena clara: Proseguiré solo… [Lachenal escoge sin vacilar] ¡Entonces voy contigo!”

¿Qué habrá sucedido en esa dimensión posible de la física cuántica donde Lachenal desciende y Herzog sube y muere? ¿Qué pensarán de Lachenal los compañeros de expedición? ¿Y los de la Escuela de Guías de Chamonix? ¿Y la prensa o la opinión pública? Y, sobre todo, ¿qué habrá en la conciencia de Lachenal, conociendo su carácter, tras dejar solo a un compañero? No hay respuesta posible. En la dimensión real que conocemos sabemos que Herzog, en aquellos momentos de anfetamínico romanticismo, escribe: “Sonrío interiormente por lo miserable de nuestra lucha… siento una alegría que no puedo definir”. Y percibe “un abismo” que le “aleja del mundo”, cree ver “la escala de Santa Teresa de Ávila” y reconoce que ha perdido toda noción del tiempo. Cuando alcanzan la cumbre, Herzog, “paralizado por la emoción”, ha llegado al edén, al éxtasis o al delirio insano cuando insiste en que está “decidido a morir en mi montaña” y no puede evitar una avalancha de megalomanía: “Hoy consagramos un ideal. Nada es demasiado grande”.

Herzog, en la gloria con peligrosos pensamientos, y Lachenal, abatido por la percepción evidente de las congelaciones, son Don Quijote y Sancho Panza en medio de las ventiscas del Annapurna a 8.000 metros de altitud. No se trata de dos percepciones del éxito, como se puede creer, en realidad son dos visiones del futuro. Lachenal tiene veintiocho años y teme quedar inválido para su profesión, que junto a su familia aporta todo el sentido a su vida. Herzog dedica su mejor pensamiento a los alpinistas muertos en el Himalaya: Mummery, Irvine y Mallory, Bauer, Welzenbach, Tilman, Shipton… pero no como homenaje sino que, teatral y celoso, escribe “Cuántos han muerto ya, cuántos han encontrado en estas montañas el fin más hermoso para ellos”.

Herzog nota que Lachenal le sacude para sacarle de su ensimismamiento, quiere bajar. “Un segundo. He de hacer fotografías”, impone Herzog. Lachenal grita: “¿Estás loco? ¡No tenemos tiempo que perder…! ¡Hay que bajar deprisa!”. Herzog mantiene la lucidez estratégica, es consciente de la necesidad de hacerse las fotos, -en color y blanco y negro- y Lachenal se las hace. Él está tan consternado que ni siquiera posa para la inmortalidad, se queda sentado, ausente y atemorizado, en la única fotografía que le hace Herzog, sale desenfocado. Para Lachenal la gloria es un asunto privado pero Herzog, un hombre de negocios pragmático e inteligente, incluso brillante, sabe que las fotografías en la cima del Annapurna son imprescindibles para el bautizo de inmortalidad que desea. Que esa fotografía de Lachenal, preservada por Ichac en su archivo personal, esté desenfocada significará en el futuro la privatización de la conquista del Annapurna para Herzog.

A diferencia de otras facetas de la vida o el deporte en las montañas es fácil diferenciar el éxito del fracaso. Lachenal escribe en sus diarios recordando esas horas: “No tuvimos elección, seguir o el fracaso absoluto”. Lachenal no cae en el heroísmo místico de Herzog, al que recuerda “iluminado” en todo momento, y reconoce humilde su único pensamiento en la cima: “Yo, por mi parte, sólo quería descender, y por esa razón conservé la cabeza sobre los hombros”. Esto niega la versión de Herzog, quien deja entrever en su relato a un Lachenal que había perdido la cabeza descendiendo muy rápido. Lo cierto es que Lachenal sabe que sus “[mis] pies se estaban congelando y la cima [me] los iba a cortar”. Lo más dramático es que no se equivocaba.

Terray revive el opresivo silencio del Himalaya durante el desordenado y caótico descenso: “Dispuesto a morir pero en modo alguno quería convertirme en un lisiado… ¿Qué iba a ser de mí en la tierra convertido en un tullido? ¿Qué iba a hacer si para mí nada cuenta de verdad fuera de mi oficio?”. Ahí radica la diferencia entre un héroe –dispuesto a sacrificar su vida si es necesario pero bajo condiciones de excepcionalidad- y un jugador –dispuesto a jugársela a todo o nada sin más.

En la película de Ichac, Victoire sur l'Annapurna, se ve a Terray y Rébuffat regresar cegados por la nieve; a Herzog aún con fuerzas para hablar apoyado sobre un sherpa; a Lachenal, andando a duras penas entre dos sherpas, incapaz de hablar y con una mueca de pavor y nihilismo que ha transfigurado su rostro, en la mirada perdida hay tanta incertidumbre como perplejidad. Después, al ser llevado a espaldas de los sherpas y tener que cruzar estrechos puentes de madera colgante o empinados descensos, no ha desaparecido el estupor. Son esas imágenes, que tensan la emoción de quien las ve, las que hacen indiscutible y cierto lo escrito en los diarios por Lachenal. Al final de la película se ve una vez más a Herzog, alejándose sobre una improvisada litera a hombros de los sherpas, con una sonrisa alucinada y diabólica.

La historia podría haber quedado así, convirtiendo en héroes a dos tullidos y una suerte antagónica en sus vidas posteriores. Herzog, un hombre de éxito, capaz de mantener múltiples equilibrios en los juegos de palancas del poder, que se había librado de la muerte en el ascenso gracias a Lachenal y en el descenso gracias a Terray y Rébuffat. Y Lachenal, un guía de montaña disminuido, un escalador sin pies, en palabras de Terray, “un águila con las alas cortadas”. Pero el asunto de cordada de Lachenal tiene aún un epílogo penoso.

En 1956, tras la muerte de Lachenal el año anterior, el hermano de Herzog, Gérard, y Lucien Devies, jerarca rector del alpinismo francés, amputan los diarios de Lachenal para preservar la leyenda y fijan las cuerdas de una sórdida manipulación. Es difícil creer que Momo, como llamaba Lachenal a Herzog, desconozca esta manipulación porque uno es su hermano y el otro, su mentor y defensor. Visto desde hoy es un acto tan pueril como inútil, de maldad o estupidez o de ambas cosas. Se trata de una ingratitud póstuma que hasta mediados de los años 90 no se desvela con la publicación íntegra de los Carnets du Annapurna de Lachenal. En ellos descubrimos no a un héroe trágico aceptando estoico su destino y la venganza del Annapurna, sino a un alpinista mutilado, sufriente y decepcionado para quien la conquista del Annapurna no ha merecido la pena. Esa conquista ni siquiera la considera a la altura de alguna de las realizadas en los Alpes por él y Terray. Lachenal no odió ni culpó jamás a Herzog. No le hizo responsable de sus mutilaciones, como prueba al escribir en su diario cuánto deseaba que pudiesen escalar juntos, cosa que acaban haciendo en las paredes del Monte Rosa.

En la primera ascensión al Annapurna no hay un drama shakesperiano de traición, envidia y venganza como en el K2 (cuando Compagnoni y Lacedelli obligaron a Bonatti y Madhi a un vivac homicida a 8.1000 metros, cambiando el lugar del último campo de donde habían acordado, para que no compitieran con ellos en llegar a la cima) sino una historia de abismal ingratitud, decepción y falsa grandeur. El libro de Herzog, que ha influido en cientos de miles de personas para salir a la montaña, es una narración exaltada del compañerismo, los ideales alpinos y la patria. Así que cuando se desvela que lo que se castra de los textos de Lachenal son las líneas de decepción, amargura, las debilidades patrióticas o las frases más críticas o sarcásticas, uno lamenta tanto que Herzog sea, al fin y al cabo, tan malagradecido y egocéntrico como trágico el destino de Lachenal. Cuando Terray escribe, con la frialdad de la distancia de los años, contra quienes al escalar lo hacen “impulsados por un secreto deseo de ser el elegido para la victoria, y adoptan un comportamiento demasiado individualista”, es inevitable identificar a Herzog.

A la muerte de Rébuffat, en 1985, se conoció la existencia de otra fotografía que había mantenido oculta en su archivo personal, hecha también por Lachenal en la cumbre. En ella se ve a Herzog con los brazos en alto y con otra bandera, no la francesa, sino de la empresa donde trabajaba y que financió una parte de la expedición. Esa fotografía y la amputación de los diarios de Lachenal hace que visto desde hoy Herzog sea un vanguardista de la mercantilización de los logros; un adelantado visionario del relativismo ético y el darwinismo social de nuestro tiempo; un prestidigitador del doble discurso capaz de escribir (y hablar) de altruismo, compañerismo, sacrificio y patria mientras oculta a los ojos de todos, como un tahúr, la jugada ganadora: piensa en la gloria sí, pero en la suya. Y visto desde hoy Herzog también es un pulcro cínico al escribir en su libro: “Todos estábamos dispuestos al sacrificio para obtener este resultado”. Lachenal, de manera evidente, le desmentía en su diario, lo que tampoco es tan terrible; y así fue como se hizo necesaria, para los hermanos Herzog y Devies, una nueva dimensión donde no hubiese contradicción entre los beneficiarios de la gloria y su principal damnificado. El que vive se queda con toda la verdad.

En 2000 David Roberts en su libro True Summit vuelve a la historia de aquella expedición. Roberts, montañero reconocido, no es un revisionista en busca de popularidad ni odia a Herzog (en 1980 escribió que Annapurna. Primer 8000 era el libro de montaña más importante jamás escrito). El libro de Roberts apunta a las contradicciones entre la versión oficial y lo ocurrido en realidad, pero es contrarrestado sin ahogos por un grupo liderado por Jean Michel Asselin, redactor jefe de la revista Vertical, que sale en defensa de Herzog y la leyenda. Asselin se carga de razón cuando escribe: “Que la leyenda no corresponde exactamente con la realidad. ¡Menudo descubrimiento!”. La clave no son las divergencias de las versiones de un mismo hecho, no pueden serlo en una sociedad como la nuestra capaz de asumir contradicciones mucho más sangrantes entre verdad y mentira. La clave es la manipulación de los hechos que conforman la memoria colectiva para un beneficio partidista y privativo.

A la vuelta del Annapurna Lachenal no quiere compasión y se encierra en sí mismo, taciturno, ansioso y melancólico. Está aterrorizado por no saber si podrá volver a ejercer su profesión. Lo peor es que tiene muy dañados los talones. Sin dedos de los pies se puede escalar pero para ello necesita la base de los dedos y los talones. Lo que mantiene intacto Lachenal es su carácter y pone todo su empeño en la recuperación. Conversa durante horas con los médicos, aprende anatomía, se hace especialista de sus daños y acaba discutiendo con el cirujano los detalles de las intervenciones; y para que no haya duda en la mesa de operaciones se cuelga del cuello carteles con esquemas, ordenes y objetivos de cada intervención: “Cortar…, limar tres centímetros…, coser hacia arriba y no hacia abajo…”. O dibuja en sus piernas las partes que han de ser tratadas.

Un día al salir del hospital le espera Adéle con una sorpresa. Para reducir las incomodidades de las numerosas y penosas visitas al hospital de Neuilly, Adéle ha comprado un automóvil, un 2CV. Lachenal se imita a sí mismo, todo lo hace con tanto ímpetu e impaciencia como honestidad y audacia; y pronto consigue el carné de conducir rodeado de periodistas que no permiten al examinador suspenderle por temerario. Conducir es el sucedáneo de la intensidad emocional que le ha proporcionado la montaña. Lachenal se reencarna en el profeta de la conducción. Fiel a su carácter, el hombre que ha desmaterializado la escalada, insiste en explicar su único mandamiento: “Sólo tienes que pisar el pedal a fondo”. Estamos de nuevo ante la velocidad Lachenal.

Según, el mítico alpinista, Reinhold Messner: “No existe una enfermedad de las montañas más difícil de soportar que la falta de ellas”. Lachenal se confronta al vacío de sus vivencias en la montaña y se vuelca en la velocidad, acosado por su ansia existencial, hasta el límite de las leyes físicas y de las posibilidades mecánicas de sus automóviles. Como el pie derecho le produce dolores al mantener pisado el acelerador, decide modificar su estrategia: cuando logra suficiente velocidad coloca un ladrillo en el acelerador. Ya no conducirá nunca sin un ladrillo. Y pasa poco tiempo antes de que el profeta se quede sin discípulos, nadie quiere acompañarle mientras conduce y los pocos que lo hacen no repiten la experiencia. Lachenal sufre bastantes accidentes, destruye un buen número de coches, y siempre sale ileso sin traicionar su ley de no levantar el pie, o el ladrillo, del acelerador. Lachenal parece apurar todas las vidas salvadas en el Annapurna y en todas las dimensiones posibles.

Lachenal no es un alpinista de conquistas sino de vivencias y es por lo que siente una infinita nostalgia de la escalada. Vuelve a escalar en solitario y regresa a veces eufórico o, las más de ellas, taciturno. No permite que nadie comparta su lentitud. Con treinta años acepta realizar un viaje, como poco, singular. Le ofrecen dar nada menos que cincuenta y cuatro conferencias en dos meses en el Congo Belga [Zaire entre 1971 y 1999, hoy República Democrática del Congo]. Lo cierto es que Lachenal medita ascender en el Valle del Rift, muy lejos de Chamonix y sin nadie que sienta lástima por él, al Ruwenzori, de 5.215 metros. Aun sin presentar grandes dificultades técnicas, esa penosa ascensión le libera del gélido sentimiento de invalidez y de la ventisca de las dudas. De regreso a Chamonix vuelve a escalar en roca, consciente de que ha perdido mucho de forma definitiva. No quiere ni puede renunciar al alpinismo. En una prueba de superación técnica y emocional escala, a lo grande, ataca y conquista la arista Sur de la Aguja Noire de Peuterey. Mientras sigue la rehabilitación y continúan las molestias, renace el escalador sobre el símbolo; un Lachenal eléctrico e inflamado recupera los horarios Lachenal.

Pero la fatalidad hace tiempo que es la sombra de Lachenal y cuando baja esquiando, en una situación meteorológica extrema, por el Valle Blanche hacia Montevers, ante los ojos de su amigo Jean Payot, que en principio se ha negado a acompañarle, le ve desaparecer –como sucede al observar una catástrofe sin formar parte de ella- con pavor e incredulidad. Ha caído en una grieta de treinta metros de profundidad y se ha roto la nuca. Es el 25 de noviembre de 1955.

Buena parte de la prensa francesa en el 40 y el 50 aniversario de la conquista del Annapurna reivindicó y explicó que Herzog no llegó a la cumbre solo, que hubo otro gran alpinista en la cima. ¿Qué ocurre desde 1956 a 1990 o 2000 para que sea necesario repescar del olvido lo que debería ser un lugar común? ¿Qué tipo de codicia incautó los hechos indiscutibles del ascenso al Annapurna e hipnotizó la memoria colectiva? La mayoría de las polémicas han sido estériles: no hay caso Annapurna porque no hay prueba alguna de que no llegasen a la cumbre, Lachenal lo hubiese dicho y Herzog estaba demasiado obsesionado por ella como para tramar ese engaño. Tampoco hay un caso Lachenal porque no hay verdad que desvelar (el K2 y el caso Bonatti) ni que desenterrar (el Nanga Parbat y el caso Messner) o irresuelta por los siglos (el Everest y el caso Mallory). A la memoria de Lachenal hay quien le deberá siempre disculpas históricas.

A Lachenal le debemos la espontánea reacción de preservar la verdad y preservar la generosidad y honestidad de un gran alpinista: “Si subí hasta la cima no fue por una cuestión de prestigio nacional. Fue por un asunto de cordada”. Lachenal decidió en uno de los momentos cruciales de su vida, como hacemos todos, y luego asumió las consecuencias que sin duda padeció. Existe una frase del pensador presocrático Heráclito, compuesta sólo por tres palabras, que ha fascinado durante siglos por su complejidad y contradicción a generaciones de pensadores: “Carácter es destino”.























SIN DUDA LA HISTORIA HA SIDO INJUSTA CON LOUIS LACHENAL

Ochomiles: Adios a Maurice Herzog, primer ochomilista en Annapurna 1950. Luces y sombras del mito.

Los Ochomiles han perdido hoy al primer hombre que pisó su cima: Maurice Herzog ha fallecido a los 93 años. El 3 de Junio de 1950 pisó la cima del Annapurna en cordada con Louis Lachenal, entrando en la mitología montañera e inaugurando una carrera con grandes luces públicas y algunas importantes sombras personales
Maurice Herzog en la portada de Paris Match
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MAURICE HERZOG Y LOUIS LACHENAL. ANNAPURNA PRIMER OCHOMIL (1950)
Herzog logró el ascenso del Annapurna en 1950, llegando a la cima del pico sin oxígeno junto con su compatriota Louis Lachenal. Era el primer ochomil de la Historia en ser coronado, tras decenas de intentos por cordadas de todo el mundo. La hazaña causó sensación en todo el mundo y fue una gran fuente de orgullo nacional para Francia, en el momento en que sus compatriotas penaban en una triste posguerra.
Fue a las 2 pm el 3 de junio de 1950 que Herzog y Lachenal llegaron a la cumbre del Annapurna en lo que más tarde describiría como el momento más exquisito de su vida: “Sin eso, yo nunca hubiera tenido la vida que después tuve”, dijo.
La expedición realizó intentos previos al Dhaulagiri primero y después un increíble asalto al espolón Norte del Annapurna por Lachenal y Terray, una vía que no fue escalada hasta 1996. En el asalto final exitoso por otra ruta, tanto Herzog como Lachenal optaron por botas ligeras para el asalto a la cima. Además, Herzog perdió los guantes al inicio del descenso y ambos sufrieran congelaciones. En la primera noche del descenso Terray y Rebuffat atendieron a sus compañeros en el Campo 5, pero la nevada que caía les impidió orientarse el siguiente día y los cuatro tuvieron que dormir la segunda noche en una grieta con sólo un saco de dormir para cuatro. Como resultado del descenso, Herzog y Lachenal perdieron todos los dedos de los pies;  Herzog también los de las manos.
Ciertamente, pagó un precio caro por la gloria, pero tal como observó mas tarde. “Se puede ver lo que tengo ahora de menos, pero tambien siento que tengo algo de más y es incomparablemente mayor”.
Herzog dió cuenta de su ascenso en un libro magnífico publicado en 1951 donde retrata su personal visión de la expedición, con el brillo y el patetismo que la acompañó.  “Annapurna, primer ochomil” ha vendido desde entonces más de 10 millones de copias en todo el mundo y ha sido traducido a 40 idiomas. Es hoy un clásico de lectura obligada por los montañeros de todo el mundo, pero no es un relato 100% estricto de lo allí ocurrido, como se demostraría con el tiempo.
Annapurna, primer ochomil
Annapurna, primer ochomil.
A nivel mediático, el brillo de Herzog y Lachenal fue eclipsado tres años más tarde cuando el nepalí Tenzing Norgay y el neozelandés Edmund Hillary lograron para el imperio británico la conquista del Everest.
Pero la carrera pública de Herzog no había hecho más que despegar: Como graduado de negocios en 1944, a su vuelta en 1950 de la expedición Herzog se convirtió primero en director de una empresa antes de que el presidente Charles De Gaulle, en busca de una figura que podría inspirar a la juventud de la nación, lo nombrara ministro de Juventud y Deportes de 1958 a 1963. Más adelante se convirtió en miembro del Parlamento y ejerció como alcalde de Chamonix 1968 a 77. Incluso fue miembro del Comité Olímpico Internacional de 1970 a 1995, inaudito cargo para un deporte nunca olímpico.
Siendo un firme convencido de la “Grandeur de La France”, Herzog se deleitaba con el  empujón que la conquista del Annapurna dio a la moral nacional en un momento en que el país todavía estaba luchando con las consecuencias devastadoras de la Segunda Guerra Mundial, y se expresaba más como un político de raza que como un montañero de a pie: “Nuestro logro fue una hazaña para la nación”  “Subimos con pensamientos del país y de toda la juventud que representamos en nuestros corazones.”
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MAURICE HERZOG. SOMBRAS PERSONALES. En Annapurna y en la familia. 
 (Lyon, Francia, 15 Enero 1919 – Neuilly-sur-Seine, Francia, 14 Diciembre 2012)
Los logros en montaña de Herzog son fabulosos, pero no deben hacernos pensar que por ello fuera necesariamente una gran persona. Su potencia como figura mediática y política evitó durante muchos años que se viera la cruz de la moneda pero esta, como con tantas otras figuras del deporte, ha ido saliendo a la luz lentamente.
SOMBRAS EN LA MONTAÑA: Lachenal regresó del Himalaya con importantes mutilaciones, padeció grandes sufrimientos durante su proceso de recuperación y la obsesión por regresar a la montaña no dejó de atormentarle. Falleció en 1955 al caer en una grieta esquiando en la Mer Blanche de Chamonix.
Su sombra fue la primera que empañó la imagen de Herzog como héroe impoluto de la República. En 1996 la versión íntegra de sus memorias sobre la expedición “Les Carnets de Vértige” fue publicada por el editor Guerin. El libro había sido publicado por primera vez en 1956, poco después de la muerte de Lachenal, pero al ser revisado por Gerard Herzog, (hermano de Maurice) las secciones sobre el ascenso del Annapurna que no encajaban con la versión de los hechos de su compañero de cordada fueron suprimidas como “inexactas”.
En la nueva edición de 1996, rebautizada ahora como “Carnets du Annapurna” (Cuadernos del Vértigo), Guerin añadió aquellas notas inéditas de Lachenal. La versión íntegra sugiere que fue Louis quien desempeñó el papel clave de guía en la cordada y, también a diferencia de Herzog, hace hincapié en la contribución de los otros dos miembros del equipo al éxito logrado: Lionel Terray y Gaston Rebuffat. . Ambos escaladores regresaron de la cima con graves congelaciones y Herzog sufrió la amputación de la mayor parte de los dedos de sus manos.
La viuda de Gerard Herzog denunció en ese momento al editor Guerin por vulnerar los “derechos morales” de su marido. El tribunal de dio la razón a Guerin, pero le obligó a pagar 30.000€ por derechos. Victoria pírrica, pues con este veredicto la verdad judicial confirmaba la “censura” sufrida en la versión original y la otra cara de los hechos, ocultada de forma deliberada por los Herzog.
SOMBRAS EN FAMILIA: En 2012 su hija Felicité Herzog publicó como novela “Un Hero” donde retrata la trágica realidad familiar oculta detrás de la brillante fachada pública de Maurice. Félicité Herzog y su hermano Laurent nacieron de dos padres de fuerte carácter  Maurice como primer hombre en conquistar el Annapurna y un ministro en el gobierno de De Gaulle, y su esposa Marie-Pierre, una heredera intelectual feminista y “vieja rica”, descendiente de una familia aristócrata. Más allá de las apariencias, esta familia estaba lejos de ser perfecta, incluso resultó ser una carga para los dos hijos. Por un lado una presión continua por ser los mejores en algo acabó empujando a Laurent a una muerte prematura. Por el otro, desvela una doble vida como adúltero en serie y desenfrenado mujeriego por parte del modélico cabeza de familia.
MAURICE HERZOG.  Gran montañero. Persona con luces y sombras, como todos.
Sirvan pues estas líneas para el que fue, sin duda, gran montañero y destacado escritor que ha inspirado a generaciones de alpinistas. Pero manteniendo siempre la perspectiva, sin caer en bobas idolatrías. Tan recio y cabezón en el monte, como estúpido “pichabrava” en otros momentos. Con todo ello te recordamos, Maurice: El primer hombre, junto a Louis Lachenal, en escalar un ochomil.

miércoles, 17 de octubre de 2012

¿MIEDO?

Hace mucho tiempo que me planteo la misma cuestión, o más bien, que tras la reflexión necesaria que produce cada escapada a la montaña, siempre me he preguntado sobre aquellas variables que influyen en que uno tome la decisión de no seguir avanzando hacia el objetivo previamente establecido, que puede ser una ruta, una ascensión, una escalada...”
En concreto me interesa ahondar en qué es lo que sucede para que a veces veamos en la renuncia del objetivo, la salida del problema. También hay que entender que esa renuncia, es la mejor salida al problema en la mayoría de las ocasiones...pero, ¿qué nos lleva hasta ella?
Siempre he intuído que el miedo es un buen compañero; lo he entendido como una alarma cuando las cosas no pintan bien; de hecho en dosis adecuadas resulta imprescindible para que uno sea consciente siempre de lo que se trae entre manos.
Mike Tyson decía: “El miedo es como el fuego, puede quemarte o cocinar para ti”
Habitualmente me cuestiono cómo saber si estás preparado antes de acometer una acción( ascensión a una montaña) que se presenta como un problema y que percibimos con nuestro inseparable amigo: el miedo. Siempre he creído hacer todo dando una respuesta consciente y meditada, sometida a las circunstancias del entorno y teniendo en cuenta las variables objetivas como pilar en mi toma de decisiones. Alguna vez me he sentido extraño tras realizar alguna respuesta, como si inicialmente no estuviera preparado para darla. “Deduzco que será el análisis de esa situación, la responsable de hacerme crecer en la toma de decisiones bajo el ineludible paraguas del miedo.”
Antes de realizar esta entrada quise entrevistar a “Chato y Caco” con los que estuve el pasado verano en los Alpes subiendo el Mont Blanc. Pero primero expondré lo que yo viví...(aparte de lo relatado en el post “Chamonix to Sky day 8”)
Yo particularmente sentí miedo al enfrentarme a la decisión que suponía el tener que tomar una decisión. Es paradójico, pero es así de cierto. Además también sentí miedo cuando Chato se retiró; tampoco sabía lo que habría detrás pero seguimos avanzando y ese miedo me pareció más controlable y también en el descenso del Gouter, pero más bien fue por Chato que sabía no estaba en su mejor zona tuve esa sensación en algún instante. En el incidente que tuvimos Caco y yo también burbujeaba el miedo. En mi caso cuando sentía miedo, me acordaba de mis seres queridos al tiempo que me tensionaba intentando dar un análisis lógico a la situación que estaba viviendo en ese preciso momento...”
Caco me responde que también sintió miedo en diferentes momentos; cito textualmente:“ justo en el momento en que caímos en barrena por la pared aquella de hielo, más bien por la incertidumbre del momento y de que nos pudiésemos lastimar con los crampones. También en la bajada del Gouter al Tete Rousse, pero más bien por Chato; al ser tan larga y resbaladiza temí un poco por él. En ningún momento creo recordar que pensé en la familia; siempre tuve la sensación de que estaba haciendo algo que ya hemos repetido anteriormente y lo comparo con el riesgo de conducir un coche.”
Al preguntarle a Chato si sintió miedo en algún momento me responde “que en el sitio que se retiró, que fue en la Gran Bossé (4520msnm); y cuando le pregunto los motivos de la retirada me alude a un mix de circunstancias tales como falta de técnica, nivel físico, poner en peligro a la cordada...”Estos motivos hicieron a Chato darse la vuelta, es decir, en definitiva, no se veía preparado...pero yo creo que Chato estaba igual de preparado que nosotros, quizá la clave sea que no estaba habituado a trabajar las herramientas en el control de las emociones, pero tenía la misma ilusión, las mismas ganas, su físico era igual o mejor que el nuestro y sin embargo decidió de forma muy acertada retirarse para no ponerse en peligro , ni ponernos a nosotros ( GRANDE CHATO)
¿Pero cuando sabemos si lo estamos? ¿Hay alguna señal que nos indique que estamos preparados?


En esta entrada abordamos un tema fundamental en el control y gestión de las emociones, un tema tan de moda en la montaña últimamente...particularmente me he centrado en el miedo para explicar los comportamientos que a veces tienen lugar en nuestro incomparable marco, la montaña.
PRELIMINARES
Existe una estrecha relación entre el miedo, la ansiedad y la angustia, y muchos psicólogos han establecido esta clasificación:


1. El miedo es el sentimiento que se origina ante la percepción de un peligro presente e identificado.
2. La ansiedad es la sensación de una amenaza relacionada con un objeto conocido pero localizado en el futuro.
3. La angustia es la sensación de amenaza relacionada con un objeto indeterminado, desconocido.


El miedo, entonces, es una reacción ante situaciones amenazadoras o que causan inseguridad, en las que el ser humano teme perder el control sobre su entorno y en ocasiones, sobre sí mismo.
Mientras que la tristeza y la indignación son emociones sociales, el miedo suele ser un producto de la soledad pero...


¿QUÉ NOS OCURRE CUANDO NOS ENTRA MIEDO?
Contamos con defensas naturales que se ponen en funcionamiento al detectar este sentimiento. Las emociones de miedo sirven para preparar al cuerpo para la fuga, la inmovilidad y el ataque. Los procesos neuronales en el sistema límbico provocan una excitación simpática y con ello una secreción de adrenalina. Se desencadena una reacción de estrés durante la cual el corazón late con mayor rapidez, el nivel de azúcar en sangre aumenta y las pupilas se dilatan. Toda la atención se centra en el peligro a que nos enfrentamos. Por lo que deducimos que el miedo provoca un mecanismo de retroalimentación negativa como la insulina que genera el páncreas, es decir, a partir de unos niveles de excitación generamos unas hormonas que acuden a solucionar el problema.
ESTRATEGIAS CONTRA EL MIEDO
Dos posibilidades de superar el miedo: ACTUAR PARA ELIMINAR LA AMENAZA O INTENTAR TRANQUILIZARSE. Se denomina la acción como superación ‘instrumental’ y el control de las emociones como superación ‘orientada a las emociones’.
SUPERACIÓN INSTRUMENTAL: PELIGRO RECONOCIDO, PELIGRO SUPERADO. Como cualquier emoción, también el miedo tiene un lado positivo. El miedo es un indicador de que algo no va bien. Debe incitarnos a cuestionarnos una determinada situación. Una metáfora sería cuando estamos en un sitio comprometido de escalar y reconocemos en la cuerda que llevamos una ayuda para superar dicho problema. Otra más simple sería cuando nos compramos un coche y exigimos que tenga airbag ( hemos reconocido el peligro y lo hemos dotado de una solución)...”
SUPERACIÓN ORIENTADA A LAS EMOCIONES MEDIANTE UNA NUEVA VALORACIÓN: Las emociones de miedo pueden superarse dando una interpretación más positiva a la situación que se vive como amenazadora. Detrás de esto está la idea de que un acontecimiento sólo desencadena una reacción de estrés cuando es interpretado como una amenaza. Lo desconocido, lo que nos causa inseguridad y lo nuevo no son características absolutas, sino que cada persona las percibe con una intensidad diferente.
Por lo tanto, cuando se consigue relativizar una aparente amenaza, desaparece la causa del estrés. Cuanto antes puede amortiguarse la oleada de miedo de forma racional, mejor funciona esta estrategia.
En este sentido “Juan Pablo Venero Valenzuela (amigo y compañero de trabajo)opina en su blog disfrutooutdoor.blogspot.es sobre alternativas que se pueden dar en esta fase. El autor defiende el humor en estas situaciones, y aunque sea duro el humor negro. Las situaciones de estrés extremo reducen nuestras capacidades intelectuales. Por tanto tenemos que forzar el buen humor, el chiste amargo sobre mi propia situación.”
Propone una serie de Clown /consejos / breves:
  1. Ten miedo, nos hace humildes.
  2. Sométete a situaciones de riesgo controlado para conocerte.
  3. Haz gracietas de humor negro sobre el peligro que tengas delante.
  4. Los estados de ánimo son contagiosos. Prefiere siempre contagiar humor a desesperanza.
  5. Lleva de compañero de aventura sólo a aquel a quién comprarías un coche de segunda mano.
    *Nota: Estos consejos vienen de un alpinista que sufrió una avalancha en el Karakorum y tuvo lesiones de importancia a muchos días de asistencia sanitaria, perdido en la nada pakistaní. Por lo que es obvio que algo de esto sabe...


REFRÁN : AL MAL TIEMPO, BUENA CARA.( ver post Lección 1:Batallar hasta el final)
SUPERACIÓN ORIENTADA A LAS EMOCIONES MEDIANTE LA DESENSIBILIZACIÓN:
Una alternativa mejor es aprender a vivir con el estado de excitación del miedo. Esto presupone enfrentarse a las propias emociones de miedo, hacer un repaso mental de las situaciones de miedo y finalmente exponerse de forma consciente y sistemática a los estímulos de miedo, tolerarlos y observarlos con frialdad. A medida que esto se consigue, una
y otra vez, el miedo va cediendo: la persona se desensibiliza. Con el tiempo crece la confianza en la propia capacidad para manejarse con el miedo y poder enfrentarse a él de forma efectiva.


METÁFORA DEL COCHE
Para entenderlo veamos una metáfora:
El miedo es como la luz que se enciende en el coche, por ejemplo, cuando hay poco combustible en el depósito. Todos sabemos que el problema no es la luz roja, sino que esa luz es un aliado extraordinario que nos informa que hay poco combustible y necesitamos resolver ese problema. Por lo tanto, si hemos aprendido a aprovechar esa señal, cuando la luz roja se enciende, agradecemos la información que nos brinda y tratamos de resolver la situación que nos muestra: detenemos el coche en la primera estación y cargamos. Aprovechamos la luz roja; no la acusamos ni la destruimos ni la convertimos en el problema, sino que la utilizamos para resolver el problema. Imaginemos que alguien dijera cuando se enciende la luz:Estoy harto de esta luz roja que cada dos por tres se enciende y no me deja viajar tranquilo!... No me dejaré amedrentar por ella!...’
Obviamente, nos quedaríamos con el coche detenido a mitad de camino por falta de combustible. Y aunque este ejemplo parezca casi risueño por lo absurdo, es, sin embargo, lo que a menudo hacemos con el miedo en el nivel psicológico.
La pregunta que surge a partir de esta observación es: ¿por qué actuamos así? Lo que ocurre es que se nos ha explicado, y hemos aprendido, qué particular carencia señala la luz roja del combustible , y qué hacer para resolverla. Pero en el plano psicológico, en cambio, no sabemos qué hacer con el miedo. No sabemos qué carencia señala ni qué hacer para asistirla. Es necesario, pues, realizar un aprendizaje a fin de aprovechar la emoción de miedo del mismo modo que lo hacemos con la luz roja del combustible.


GALLINA, GALLINA...POPOPOPO!!!
La idea de la cobardía nace de un supuesto equivocado: que todos disponemos de los mismos recursos para enfrentar los peligros, y que algunos, a pesar de contar con ellos, no los enfrentan. A éstos se los llama cobardes. Por lo tanto sí existe la cobardía desde esta perspectiva, pero repito, nace de un supuesto equivocado; veamos un ejemplo:
Puedo disponer de recursos de un valor mil, y si estoy rodeado continuamente por peligros de valor cinco mil, viviré continuamente con miedo. Por el contrario, puedo contar con recursos de un valor diez, y si estoy expuesto regularmente a peligros de un valor cinco, prácticamente no conoceré el miedo.
¿Dónde quedan la cobardía o la valentía ante lo anterior?: se disuelven como conceptos pues cesan en su validez. Bajo esta premisa se confirma la teoría que cada uno lleva la montaña en su interior a través de sus propias posibilidades.
Metáfora:
Otorguemos un valor de recursos para subir a una montaña. Por ejemplo si el Almanzor tiene valor 10, (vamos a decir standard, porque dependiendo de la época del año,en cada montaña, será más o menos necesario disponer de recursos que modificarían el valor )y la Midi d´Ossau tiene un valor de 15, ¿podríamos afirmar que posee más valor el que sube a la Midi que el que sube al Almanzor?
Respuesta: No. Porque el valor se medirá a partir de la disposición de recursos del sujeto y no a partir del valor de recursos de la montaña. Así un sujeto con disposición de recursos 10 que suba al Almanzor tendrá más valor que otro sujeto que suba a la Midi pero su disposición de recursos sea de 50.
Si tomamos como correcta esta premisa, podremos afirmar que para subir una montaña debemos poseer los recursos necesarios que demanda cada una de ellas.
FUNDAMENTAL EN ESTA TEORÍA
RECONOCER QUE UNO CUENTA CON LOS RECURSOS FORMA PARTE DE LOS RECURSOS NECESARIOS.”
Lo que ocurre en la montaña es que uno ve a personas que disponen, o no, de recursos para enfrentarse a la amenaza que se les presenta. También comprende que si quien se retiró desarrolla los recursos necesarios, inevitablemente se enfrentará a la amenaza de la cual se alejó. Y su opuesto: si quien se enfrentó a ella no hubiera tenido los recursos de que dispuso, habría sentido miedo y se habría retirado. ESTO ES SUMAMENTE IMPORTANTE.


¡YO NO TENGO MIEDO!’ pero el miedo no se puede tapar o esconder...


¡¡¡¡¡¡MUÉSTRALO!!!! de lo contrario puede resultar muy peligroso...
Puede ocurrir que uno, efectivamente, no sienta miedo porque no experimenta situaciones en las que existe una desproporción entre la amenaza y los recursos. Es una posibilidad absolutamente plausible. Pero también puede ocurrir que una persona vaya anestesiando la percepción de su miedo, poco a poco( ej “yo he subido el mont blanc”..., “conozco esta montaña porque la he subido otras veces” Ya no registramos el miedo y frecuentemente desemboca en el:¡No tengo miedo!’. Al no contar con esa señal, intentamos la acción que tenemos delante sin reconocer previamente qué recursos son necesarios para hacerlo. Quien así actúa es sumamente peligroso para él y para el grupo que le rodea.
Anestesiar el miedo es como cubrir la luz roja del combustible, para que no se vea...(buffff que mal pinta entonces...)


REFRÁN:El miedo no es tonto’. Está detectando una desproporción entre la magnitud de la amenaza y los recursos con que contamos.
El aspecto miedoso se calma cuando es escuchado con respeto, y cuando siente que lo que dice es genuinamente tomado en cuenta.Cuando se ingresa más hondo en él se comprueba inequívocamente que el aspecto miedoso no quiere vivir con miedo.


¿COMO PUEDO CURAR MI MIEDO?
Partimos de: EL MIEDO MALO Y EL MIEDO BUENO ///IDENTIFICALO!!!!!!!
EL MIEDO DISFUNCIONAL es aquel que angustia, inhibe, desorganiza y bloque la posibilidad de experiencia y aprendizaje.
Por el contrario, el MIEDO FUNCIONAL es aquel cuya angustia es utilizada como señal que muestra una desproporción entre el peligro a que nos enfrentamos y los recursos de que disponemos, y que además pone en marcha la tarea de reequilibrar tal desproporción.
Curar el miedo, entonces, es transformar el miedo disfuncional en miedo funcional.
Los tres momentos del miedo:
a) contacto con la amenaza;
b) respuesta de miedo;
c) reacción interior hacia el miedo experimentado.


Si uno NO COMPRENDE EL MIEDO Y ES IMPACIENTE, suele creer que la retirada, o no alcanzar la cumbre, siempre significa fracaso.


Cuando la retirada surge de un acuerdo interior, no la experimentamos como fracaso sino como parte del derecho que nos asiste a elegir las condiciones más propicias para nuestro desempeño.( recordad!!! teoría valor de recursos de un montaña versus valor de recursos de los que dispongo)


El I Ching dice al respecto:No es fácil entender las leyes de una retirada constructiva. (...) Saber emprender correctamente la retirada no es signo de debilidad sino de fortaleza’. ( esto es lo más difícil sin ninguna duda, felicidades Chato)
Así es – dijo Sancho- pero tiene el miedo muchos ojos, y ve las cosas debajo de tierra, cuanto más encima es el cielo.” M. Cervantes Saavedra en el Quijote
Me pongo a pensar en cuantas ascensiones no he tenido miedo, y repaso una por una, desde la primigenia al Almanzor hasta la reciente cumbre del Mont Blanc y en todas ellas, en absolutamente todas, he sentido miedo, por lo que desde mi modesta opinión, siempre debemos escuchar a este genial compañero.
...una última cosa: “ El miedo es natural en el prudente, y el vencerlo es lo valiente”...
montañex



jueves, 11 de octubre de 2012

LOGOTIPO MONTAÑEX

Nuestro amigo y Montañex David Garabatos nos regala algunas ideas para ir trabajando el logotipo, y para ello es importante contar con vuestra opinión, así que espero comentarios...La idea original se concebió con una montaña de la que emerge una luna llena plateada y en la cumbre de la montaña aúlla un lobo en una noche estrellada; la simbología del por qué ya la trataremos conforme avance el tema de discusión...Opinad que es muy importante lo que está en juego, nada más y nada menos que el logo de MONTAÑEX!!!!









Muchas gracias a David por regalarnos estos logos...y por el supervídeo colgado en el blog... un saludo
Manuel
















lunes, 1 de octubre de 2012

31,50 €uros Restaurante La Galana (IV)

"Refugio - Portilla del Crampón - Almanzor - Portilla de los Cobardes - Venteadero - Canal de los Geógrafos - Refugio" 15/09/2012

Amanece el sábado con las temperaturas más elevadas de los esperado, de hecho tanto Ricardo como David se quejan de que han pasado calor. No hay agua para lavarse, así que un poco guarretes nos disponemos a desayunar en el refugio:

  café, cacao, tostadas, mantequilla, mermelada y galletas.


Desayunando en el Elola.

 (David también desayunó, jejejejejeje)


Ya toca empezar a andar directamente en manga corta y aprovechando que el sol todavía no ha penetrado completamente en el circo ir por la sombra, ya que tiene pinta de que va a hacer calor y tenemos poca auga. A lo lejos se divisa nuestro objetivo, El Almanzor, con la sombra dibujando más o menos nuestro camino.

Nuestro objetivo, el Almanzor.

Primero subimos despacio pero sin pausa hasta la hoya Antón y empezamos a subir por la canal que asciende hacia la Portilla Bermeja. A mitad de camino doblamos a la derecha para abordar la evidente canal que nos enfila hacia la Portilla del Crampón y es aquí dónde nos pegamos un pequeño descanso para beber y comer un poco.



Al fondo Hoya Antón.

Ricardo en el descanso.

Celso en el descanso.

Descansando a la mitad de la canal a la Portilla del Crampón.


Ricardo muy contento casi llegando a la Portilla del Crampón.


David y yo llegando a la Portilla del Crampón.

Últimos pasos para David.

Mis compañeros de fatigas descansando en la Portilla del Crampón.

David saliendo de la Portilla del Crampón hacia la base de la cima del Almanzor.

A la vista el Cuerno del Almanzor.

De la Portilla del Crampón hacia la cima.

David esperándonos en la base de la cima del Almanzor.
Durante la subida hacia la Portilla del Crampón nos encontramos con una pareja de Arenas de San Pedro que tenía como primer objetivo subir "El Almanzor". Eran una chica (verguenza me dá pero no sé su nombre) y Antonio. De hecho Antonio no echó una mano en la trepada final, y es que se le veía un aplomo que nosotros no teníamos (desde aquí muchas gracias).

Ricardo, Antonio, la valiente sin nombre y yo.

Después de alcanzado nuestro objetivo teníamos en mente continuar nuestro paseo desdenciendo por la Portilla de los Cobardes hasta llegar al Venteadero. Desde allí bajar y comer en "Hoya Ameal" para luego regresar al refugio por la Canal de los Geógrafos. Nuestros compañeros en la cima fueron más arrojados y se decidieron a atacar la cima de La Galana, objetivo que también lograron. Luego según nos dijeron se fueron por las Cinco Lagunas (estos dos objetivos los tengo en mente para un futuro cercano)

El turístico letrero de la Portilla de los Cobardes (2534 m)

Ricardo con el Almanzor y la Portilla de los Cobardes al fondo.

Panorámica desde el Venteadero.

Más chulo que un ocho
Los dos primos llegando a Hoya Ameal. ¿Se llama así?

Comiendo en frente al Ameal de Pablo.

Canal de los Geógrafos.

David destrepando en la canal de los Geógrafos.

David destrepando en la canal de los Geógrafos.



Ricardo en el final de la canal de los Geógrafos.

David al final de la canal de los Geógrafos.

Desde aquí bajamos tranquilamente hasta el refugio Elola dónde descansamos un par de horitas (bendita cerverza) de charleta con otros compañeros.
Luego quedaba el paseíto de pies doloridos hasta la Plataforma para recojer el coche y desde ahí retornar a Madrid, excepto para un servidor que tuvo que realizar una parada en el Restaurante La Galana a pagar lo que debía porque el muy gañán se dejó el dinero en el coche.

Alojamiento con desayuno + 2 cervezas = 31,50 €


Aquí podéis consultar el track del recorrido:

Track Elola-Almanzor-Venteadero-Elola

Y cómo novedad un pedazo de vídeo grabado por David con una cámara deportiva.