domingo, 16 de septiembre de 2012

EVEREST 1996 . . .


En la última entrada hemos querido rendir homenaje a un gran aventurero como Goran Kropp; la historia ha resultado bastante atrayente. así que he creído oportuno enlazar la hazaña que hizo Goran en el 96 durante su, primero travesía en bicicleta desde Suecia hasta Namche Bazar, y una vez allí subir el Everest en solo sin O2 adicional. Como hemos relatado anteriormente fue brillante la forma de conseguirlo, una verdadera hazaña tristemente, no propia de nuestros tiempos. Para ensalzar aún más si cabe la figura de Goran, he creído conveniente como digo, situarla dentro del contexto donde se produjo, añadiendo una serie de experiencias que tuvieron lugar, mientras el bueno de Goran dormía en la tienda del CB con su chica, a la espera de un mejor pronóstico de tiempo para hollar la venerada cima.

Así pues, a continuación os presento el sueño que vivió Goran, pero desgraciadamente desde otro punto de vista. Los protagonistas de la entrada de hoy son el genial alpinista Anatoly Boukreev, el escritor americano John Krakauer y su compatriota Beck Weathers. Es la historia que se teje durante el famoso desastre del everest del 96. Conozcamos algunos datos:

ESTO ES LO QUE SUCEDIÓ VERSION KRAKAUER

Scott fischer 1994
El estadounidense Scott Fischer (a la izquierda de la foto), fundador de la empresa de guías Mountain Madness, en la cima del Everest en 1994.  Fischer murió el 10 de mayo de 1996, durante la tormenta que asoló la montaña.  / Mountain Madness
Acabo de terminar Into Thin Air, del montañero, escritor y periodista Jon Krakauer, publicado en español como Mal de altura (Ediciones B, 1999; Desnivel, 2008) se  trata como una crónica novelada de la tragedia que ocurrió en 1996 en la montaña más alta del mundo (8.848 metros).
Hall and Ball - Rob Hall And 
Adventure Consultants 1996 Everest Expedition At Everest Base Camp
Miembros de la expedición de Adventure Consultants en el campamento base. En la fila de abajo, a la derecha, la japonesa Yasuko Namba, cliente de AC; el tercero y cuarto por la derecha son, respectivamente, los neozelandeses Rob Hall, dueño de AC y jefe del grupo, y Andy Harris, uno de los guías. El primero por la izquierda es Doug Hansen, otro de los clientes. Los cuatro murieron en el descenso.

Durante la temporada de escalada de ese año, la más mortífera en la historia de la montaña, murieron 15 personas; ocho de ellas, pertenecientes a tres expediciones distintas, el 10 de mayo, cuando una fuerte tormenta azotó por la tarde el  Everest. También bajó los niveles de oxígeno en el aire. Cuatro de los alpinistas muertos pertenecían a la misma expedición (arriba se puede ver una foto del grupo), organizada por  la empresa neozelandesa Adventure Consultants, con la que viajaba Jon Krakauer, enviado al Himalaya para escribir un reportaje sobre la creciente explotación comercial del  Everest para la revista Outside. El desastre fue muy conocido y levantó gran controversia sobre la masificación del Everest y el diletantismo de los escaladores.

EverestBaseCamp2

Into Thin Air es, de largo, uno de los mejores (si no el mejor) libros sobre montañismo que he leído. Recrea de manera tan magistral el mundo de la escalada en altura --los efectos de la fatiga y la hipoxia, la vida en el campamento base, las heladoras noches de insomnio en las tiendas de nailon, el frío “doloroso, escalofriante y enloquecedor” en la cota de los ocho mil metros--,  que la historia te atrapa desde la primera página (el fragmento de abajo pertenece al primer capítulo) y ya no te suelta hasta la última, en un crescendo que te deja sin aliento

Kathmandu_,_Nepal_,_Himalayas_,Everest_2

“Encaramado a la cima del mundo, con un pie en China y el otro en Nepal, limpié de hielo mi máscara de oxígeno, encorvé la espalda al viento y contemplé, abstraído, la enorme extensión del Tíbet. De un modo difuso, con cierto distanciamiento, comprendí que el paisaje que se extendía debajo de mí presentaba una vista espectacular. Había fantaseado mucho sobre aquel momento y la oleada de emociones que lo acompañaría. Pero ahora que por fin estaba allí, literalmente de pie en la cima del Everest, no tenía fuerzas para pensar en ello. Era el 10 de mayo de 1996, a primera hora de la tarde. Hacía 57 horas que no dormía. La única comida que había sido capaz de tragar en los tres días precedentes era un bol de sopa de ramen y un puñado de cacahuetes. Semanas tosiendo con violencia me habían dejado dos costillas separadas que convertían en un tormento el mero hecho de respirar. A 8.848 metros, en la troposfera, me llegaba tan poco oxígeno al cerebro que mi capacidad mental era como la de un niño retrasado. En aquellas circunstancias, poca cosa podía sentir, a excepción de frío y cansancio.”
Ng Dorjee Sherpa

Mientras Krakauer empieza el largo y peligroso descenso tras coronar la cima, con la reserva de oxígeno al límite, otros 20 escaladores de su grupo seguían empeñados en alcanzarla sin advertir las nubes que empiezan a cubrir el cielo. “Cuando me disponía a hacer rapel sobre el borde del escalón, me percaté de un alarmante espectáculo”, escribe Krakauer, quien durante la espera se quedó sin oxígeno,  “Nueve metros más abajo, en la base, había una cola de más de una decena de personas. Tres escaladores habían empezado ya a subir por la cuerda que yo me disponía a utilizar para el descenso. Mientras intercambiaba triviales felicitaciones con los que iban pasando, por dentro pensaba, exasperado: ¡Daos prisa, joder, daos prisa! ¿Mi cerebro está perdiendo millones de células.”   Seis horas y 3.000 metros más abajo, con la ventisca azotando ya las laderas de la montaña, Krakauer llega a su tienda helado y sufriendo alucinaciones por la falta de oxígeno. Seis de sus compañeros aún no han regresado

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“Más adelante --después de haber localizado los cuerpos, después de que los cirujanos amputaran la mano derecha gangrenada de mi compañero Beck Weathers, la gente se preguntaba por qué, si el tiempo había empezado a empeorar, los alpinistas no habían hecho el menor caso ¿Por qué unos guías avezados siguieron ascendiendo, empujando a una manada de deportistas relativamente inexpertos (cada uno de los cuales había pagado hasta 65.000 dólares para que lo llevaran sano y salvo hasta el Everest) hacia una trampa mortal?”
Everest google earth

Into thin air critica la banalización del montañismo: abundan las expediciones comerciales que arrastran literalmente hasta la cima, aupados por los  sherpas, a personas que no saben escalar. Participar en una expedición al Everest cuesta entre 24.000 y 54.000 euros por persona. Durante la primavera de 2007 llegaron a la cima  630 personas, tantas como en los cuarenta años que transcurrieron desde la primera conquista de la cumbre, la de Edmund Hillary y el sherpa Tenzing Norgay, el 29 de mayo de 1953, hasta 1993. En mayo de 2008, más de 130 alpinistas llegaron a coronar el Everest en un solo día. El aluvión de gente es tal, que provoca tapones en los pasos difíciles como el Escalón Hillary, una escarpa muy pronunciada de la vía del Collado Sur, e impide subir y bajar a la velocidad necesaria: una de las causas de la tragedia de 1996. La otra: los guías saben que no deben sobrepasar jamás la hora de bajada, porque permanecer más tiempo puede significar la muerte; sin embargo, la presión de los clientes  y la rivalidad entre los guías de las expediciones de Adventure Consultants y Mountain Madness pudo con la profesionalidad y la prudencia.
Sergey Ilyukhin campo base sur

Como después en Into the Wild (Hacia rutas salvajes; Ediciones Zeta, 2008), también sobre un hecho real (el viaje sin retorno de Chris McCandless, un joven de 24 años cuyo cadáver apareció en un remoto lugar de Alaska en 1992), Krakauer hace un magistral ejercicio de periodismo de investigación, entrevistando a todos los que estaban allí ese día, tratando de desenmarañar las causas de la tragedia, hurgando en su propia responsabilidad en lo ocurrido.




ANATOLY BOUKREEV  se defendió en su libro "THE CLIMB" de las acusaciones vertidas por John Krakauer; esto aparece en su wiki:




"Bukréyev era el escalador guía responsable de la expedición "Mountain Madness" dirigida por Scott Fischer. La expedición tenía 8 clientes, cada uno de los cuales había pagado alrededor de 50.000 dólares USD por un intento guiado de ascensión a la cima del Everest. Cinco de ellos eran experimentados escaladores, de ellos cuatro con experiencia en alta montaña.
La ascensión fue demasiado lenta y los clientes llegaron a la cima pasadas las dos de la tarde (un hora demasiado tardía), Fischer no lo hizo hasta las 15:45. Bukréyev, que escalaba sin oxígeno, volvió rápidamente al campamento IV para reponer fuerzas y coger suministros. Durante el descenso del resto del grupo se desató una fuerte tormenta que enterró en nieve las cuerdas fijas y la huella abierta en la subida. La escasa visibilidad hizo el resto y los escaladores no pudieron encontrar el camino de vuelta hasta que Bukréyev encontró a tres de ellos y los guio hasta el campamento IV. No tuvo fuerzas para salir nuevamente. Scott Fischer, extenuado por la subida, no consiguió volver al campo base. Al día siguiente, Bukréyev realizó tres salidas en busca de los que no habían regresado, encontró a Fisher congelado a 8350 metros, en el collado Sur, sobre las 19 horas.
El periodista norteamericano Jon Krakauer recogió su versión de los hechos acaecidos aquel día en un artículo llamado "Into thin air", publicado en Outside online[3] y después lo ampliaría en un libro homónimo, titulado en España "Mal de altura". En él destacaba el gran cúmulo de errores cometidos y acusaba indirectamente a Bukréyev de las cinco muertes acaecidas en su expedición por haber abandonado a sus clientes, debido, según él, a haber escalado sin oxigeno, lo que mermaba su capacidad de ayudarles. Le acusaba, incluso, de no llevar la ropa adecuada para afrontar la cima. Aunque recogía que finalmente rescató a tres de ellos.
El libro levantó gran polémica en el mundo de la escalada.[4] Para defenderse, Bukréyev puso en manos del escritor Gary Weston DeWalt sus diarios de expedición, notas personales y cartas. Éste se encargó de recopilar toda la información posible, inlcuyendo entrevistas a los supervivientes -Bukréyev y Krakauer incluidos- y reunirla en un libro denominado "La escalada. Trágicas ambiciones sobre el Everest"(1997). Algunos de los hechos narrados en este libro difieren de lo expuesto en el libro de Jon Krakauer y otros escritos por otros tres supervivientes de aquel día. La acusación de Krakauer de no llevar ropa adecuada se desmontó simplemente aportando una foto de Bukréyev en la cima con uno de los clientes experimentados, Martin Adams.[5] En el libro se narra que otro escalador se encontró a Krakauer totalmente exhausto y lo vio a punto de despeñarse en un tramo sin cuerda fija entre el "Escalón de Hillary" y la Cima Sur. Krakauer había omitido este incidente. Además, Krakauer había cometido una serie de errores claros, como confundir a Martin Adams con Andy Harris e informar al campo base que Harris se encontraba refugiado en uno de los campamentos de altura cuando no era así. Krakauer admitió todo ello y tuvo que rectificar su libro.





Y POR ÚLTIMO LO QUE LE SUCEDIÓ A BECK WEATHERS y algunos cascharrillos más....




Más de 40 cadáveres siembran los últimos 800 metros de la cara norte del Everest. Azotados por una ventisca perpetua que los mantiene siempre visibles al sempiterno escalador. Beck Weathers, un adiestrado alpinista norteamericano, compartió postura y convivió con todos ellos mientras esperaba en coma su muerte durante la primavera de 1996. Con sólo la cara y una mano al descubierto permaneció hundido e inconsciente bajo la nieve más de 30 horas antes de que su cerebro inexplicablemente decidiera salvarle

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Espectacular atardecer en el Monte Everest (8.850 msnm) desde Kala Pattar

Beck Weathers perteneció a la infausta expedición protagonista del “Desastre del 96“. El año más mortífero de la historia en el Everest, con 15 fallecidos; 9 de ellos tras una repentina y extraña ventisca a escasos metros de la cumbre.

    dijo:

    “Al principio creí que se trataba de un sueño, cuando volví en mí, pensé que estaba en la cama. No sentía frío ni nada. Me puse de lado, abrí los ojos y vi la mano derecha delante de mi cara. Entonces reparé en lo congelada que estaba y eso me ayudó a reaccionar. Al final, desperté lo suficiente como para darme cuenta de que estaba hecho una mierda y de que la caballería no vendría a salvarme, de modo que tenía que espabilarme por mí mismo” Beck Weathers


La historia de su segundo nacimiento está llena de hechos tan increíbles como inexplicables. Un equipo de especialistas de la National Geographic comandados por el Doctor Ken Kamler acompañaron a la aciaga expedición de Beck para investigar sobre el movimiento de las placas tectónicas y dar fe científica de todo lo acontecido. El mismo equipo que dio por muerto -hasta tres veces- al pobre Beck.

Beck Weathers, de 49 años, tenía 10 años de experiencia en alta montaña cuando se embarcó en el difícil ascenso del Everest. No sin antes pasar varios meses de durísimo entrenamiento coronando seis de las siete cumbres más altas del planeta. Estaba preparado. Un año antes, incluso, se había operado los ojos para corregir su miopía y encarar con mejor visión el desafío, en lo que sería la decisión desencadenante de su desgracia.

10 de Mayo. Cuando todos los escaladores llegaron al borde sudoeste, pasado el campamento IV y a escasos 450 metros de la cumbre; una descomunal tormenta no prevista les sorprende en la última cuerda montañosa. Y digo cuerda montañosa porque en esa arista, un puente de 300 metros que conduce a la cima, nadie va atado; no hay cuerdas entre los alpinistas porque hacia cualquier lado la pendiente es tan vertical que si te atas a alguien, le arrastras contigo en caso de caída. A la izquierda 2.500 metros antes de aterrizar en Nepal; a la derecha 3.600 metros antes de dar con tus huesos en el Tibet.

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Primeros auxilios de Beck a la llegada al campo III

En esa tesitura, a una temperatura de -50 grados centígrados, con vientos de 90 kilómetros por hora y en el apogeo del derroche láctico; los alpinistas empezaron a colapsar con el último martillazo de la naturaleza; entregándose al destino e hincando las rodillas a escasos metros de su objetivo. En ese momento había 20 escaladores y un parte de tiempo equivocado en los últimos 600 metros de ascensión. El drama acababa de comenzar.

Rob Hall daba el parte por radio al campamento III de la cabecera de la expedición a escasos metros de la cima. Su compañero Doug Hansen estaba exhausto y no podía ni continuar ni bajar. Se quedaría con él a esperar los refuerzos. También informó que Beck Weathers, nuestro protagonista, había colapsado durante la tormenta y yacía muerto en la nieve una decena de metros más abajo. Desde el campamento conminaron a Rob a que abandonase a Doug para poder salvar su vida. Rob contestó:

“Imposible. Ambos estamos escuchando…”

Rob firmo con serena lealtad su sentencia de muerte no sin antes pedir al campo III que le pusieran en contacto -via satélite- con su mujer, embarazada de siete meses, en Nueva Zelanda; de la que se despidió en la más absoluta soledad después de decidir el nombre de su futuro hijo.

Desde el campo III salió un equipo de rescate hacia la arista. Todd Burleson y Peter Athans, ayudantes del médico de la expedicion, arriesgaron sus vidas en la imposible tormenta para salvar otras, quizás las menos. Al llegar al caos conminaron a los más fuertes a bajar hasta el Campo III, a 7.310 metros y estabilizaron a los colapsados en espera de imposibles. No encontraron a Beck Weathers.

Los compañeros le buscaron durante todo el día para certificar la muerte antes anunciada, pero la ventisca hacía imposible ver mas allá de un par de metros. Además el propio Beck, como contaría más tarde, se había desviado unos metros de la cuerda a causa de la ceguera que le estaba provocando la congelación de sus globos oculares. Las cicatrices de su antigua operación habían reventado por el frío y su visión antes de desvanecerse era prácticamente nula. Beck decidió antes de ‘doblar la rodilla’ resguardarse del fuerte viento en un recoveco de nieve para esperar la bajada de sus compañeros. Se barruntaba el fin.

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Aspecto que presentaba el rostro de Beck unas horas y unas semanas después


El día 11 de mayo. 24 horas después de su desmayo. El equipo encontró el cuerpo de Beck Weathers, al lado del cadáver de la japonesa Yasuko Namba y cubierto completamente de hielo excepto media cara y la mano derecha que se erguía como un palo, congelada con los dedos abiertos y por encima de la nieve, como saludando. Comprobaron con dificultad que aún respiraba débilmente desde el coma y decidieron, ante la imposibilidad de efectuar un traslado imposible, certificar su segunda ‘muerte’. Al fin y al cabo nadie había despertado nunca en la montaña de un coma hipotérmico.

Lo que ocurrió a partir de ese momento es un completo misterio para la ciencia. El Doctor Ken Kamler construyó y explicó su particular teoría para luego pasearla en infinidad de conferencias y TED talks de turno. Beck permaneció 30 horas en un estado catatónico. El oía a sus compañeros pasar y decir “está muerto” pero no podía ni moverse ni parpadear cuando marchaban. El cerebro del alpinista había revertido una hipotermia irreversible. ¿Cómo lo hizo? Según las especulaciones del doctor Ken el lóbulo temporal, en lo más profundo del cerebro y encargado de guardar los recuerdos; fue el último en abordar la hipotermia. Becks consiguió despertar porque los fuertes recuerdos de su familia mantuvieron la glucosa y la energía en la parte del cerebro donde también radica la voluntad: Las circunvoluciones del cuerpo calloso.

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Simulación de un ‘Tac’ del cerebro de Becks en las cuatro fases de su agonía: 1.- Escaner en estado normal. Flujo distribuido. 2.- Lóbulos frontales con mayor flujo. Se pone atención en los músculos. Apenas hay actividad en el centro o de ‘recuerdos’. 3.- Flujo desaparece. Casi no hay actividad. 4.- La parte central o de recuerdos se ilumina de nuevo, al pensar en su familia.


36 horas después del inicio de la gran ventisca Beck apareció tambaleándose como una momia en la tienda médica del campo III:

Hola Ken… ¿Dónde me puedo sentar? [...] ¿Aceptas mi seguro de salud?

El primer chequeo fue desolador. Tras su aparente lucidez se escondía un cuerpo congelado y rígido. La mano derecha era una piedra y en la cara asomaba ya la necrosis negra del tejido muerto. Los primeros tratamientos iban encaminados a paliar el dolor que despierta el calor del cobijo. Beck fue reservado en una de las carpas mientras atendían al resto de pacientes no desahuciados.

Durante esa noche, la ventisca destrozó la tienda donde estaba en solitario el alpinista y parte del nylon cayó sobre su cabeza, asfixiándole mientras le dejaba a la intemperie. Inmóvil pasó la noche entre gritos estériles y estertores de frío infinito. Cuando el equipo despertó y vieron el panorama pensaron en el desenlace fatal pero Becks… había vuelto a conseguirlo por tercera vez.


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Detalle del rescate con helicóptero y del Doctor Ken practicando una de las curas


Con una camilla de sogas sus compañeros consiguieron evacuarlo al campo base, a 6.500 metros. Un helicóptero lo trasladaría, desde allí a un hospital en lo que se considera el rescate a mayor altura que ha hecho nunca una aeronave de esas características. Beck Weathers pasó hasta 10 veces por el quirófano durante su larguísima convalecencia. Le amputaron el brazo derecho a la altura del codo y los dedos de la mano izquierda y de los pies. También le reconstruyeron la nariz con trozos de piel de las piernas. Nunca más volvió a la montaña.

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POR ÚLTIMO RECORDAR QUE EL BUENO DE GORAN KROPP PERMANECÍA EN EL CB A LA ESPERA DE MEJOR TIEMPO...



FUENTES: kurioso, wiki, desnivel y ordesa net. gracias!!!








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